Una esmeralda del bosque tropical

*En el sur veracruzano, llegar a la cascada de San Pedro Soteapan es un viaje por pueblos antiguos, frutos de la región, tortitas de elote y tamales, pero sobre todo a comunidades de quietud y zonas para senderistas

Texto: Nayra Rivera

Foto de portada: cortesía Jonari García

San Pedro Soteapan, Ver.- En un rincón de la sierra de Santa Martha, lianas y monsteras cubren los prismas basálticos que enmarcan uno de los paisajes tropicales más impresionantes del sur de Veracruz: la cascada de San Pedro Soteapan, una caída de agua de 30 metros rodeada de una poza cristalina.

Allí se conjugan todas las tonalidades de verde: las hojas más claras brillan de cara al sol, mientras que la hierba oculta, bañada con el agua fresca de los nacimientos que rodean el pequeño cañón, se vuelve oscura a la sombra. Los rojos y naranjas provienen de las flores tropicales que cuelgan en bejucos y espigas, entre ellas la llamativa heliconia.

Soteapan, que significa “en el río de los chotes”, una fruta amarilla y alargada, está ubicado a hora y media de la ciudad petrolera de Minatitlán y colinda con regiones similares pero cada una con sus peculiaridades: al norte con los municipios de Catemaco y Mecayapan, y al sur con Acayucan, Chinameca y Soconusco.

El camino hasta el paraíso discurre entre tramos de verdor y pintorescos pueblos de la región olmeca veracruzana. Después de la carretera transístmica, te adentrarás por el municipio de Oteapan, luego pasarás por Chinameca y los poblados de Chacalapa, Amamaloya y Mirador Saltillo.

De lado a lado, hay anuncios donde se ofertan frutos de la región, como papaya, plátano o piña. Tortitas de elote y tamales, perfectos para armar el almuerzo para disfrutarlo frente a la brisa fresca.

Al llegar a Soteapan, desde la entrada se observan los anuncios que indican la dirección a tomar; bastará con rodear la primera cuadra. Algunos niños del pueblo se ofrecen a llevar a visitantes a cambio de propina, y también hay mototaxis disponibles. Una buena idea es recorrer el sendero a pie, lo cual toma poco más de media hora. De camino te toparás con una laguna y verás reverdecer la vegetación conforme te acercas al río.

Al llegar al campamento, el costo del acceso es de 60 pesos. Desde la entrada hasta el río hay un descenso de unos 200 escalones. Los indispensables son el bloqueador solar, el repelente de insectos y suficiente agua para hidratación. En el lugar hay palapas en resta para mitigar el sol y disfrutar de un picnic.

Orgulloso de llevar el nombre de su lugar de origen, Pedro González Cruz es uno de los guías de la cascada. Habla popoluca, la lengua indígena de la zona. Tiene 43 años y, desde hace 20, su vida transcurre entre el sendero que baja al río y la siembra de maíz y frijol.

“Está bonito aquí para bañarse, aquí siempre hace calor, está el río y las albercas, porque allá adelante hay dos alberquitas”, dice señalando el sendero del afluente. Al igual que él, otras nueve personas se dedican a cuidar el campamento, limpiarlo y guiar a los visitantes.

Otra de las labores de Pedro es bajar comida para los visitantes, pues en la ribera solo hay vendedores durante la temporada alta, en los meses más cálidos. En el pueblo polulan los antojitos típicos: memelas con cecina o carne de Chinameca, empanadas de queso fresco, tamales y hasta pollos asados. Todos los platillos están aderezados con un sazón casero y el aroma a leña de los fogones donde se preparan.

Durante la primavera, el lugar se llena de visitantes que vienen de los municipios aledaños y turistas foráneos. Pedro ha conocido a sinaloenses, sonorenses y hasta estadounidenses que llegan a la cascada. En esa temporada hay renta de lanchas y tirolesa. Las familias llevan música, mientras los niños con coloridos trajes de baño juegan a lanzarse en la poza.

En época de lluvias y el invierno, la cascada sigue siendo un destino predilecto para viajeros solitarios y senderistas que buscan un momento de relajación entre los grandes árboles y el sonido del agua para meditar.

El río cristalino fluye hasta unirse al río Coatzacoalcos, llevando consigo las buenas memorias de los viajeros que se adentraron en el bosque tropical de San Pedro Soteapan para disfrutar de la belleza natural que solo el paso de los siglos moldea.

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